El día que comencé a amarme fue uno de los más duros de mi vida.
Un día me vi al espejo e impactada del reflejo que estaba observando, tardé varios segundos en asimilar que era yo ese ser delante mío, mis ojos estaban desconectados de mi alma y mi apariencia desconectada de la vida.
Hoy entiendo que a ese estado de revelación se le llama epifanía.
Toda la estructura de vida que había formado durante décadas se estaba cayendo ante mis propios ojos, tuve muchísimo miedo y sin embargo, intuitivamente, comencé a ponerle nombre a mis emociones en ese momento y así empezar un intenso camino de sanación profunda:
Ansiedad,
Ataques de pánico,
Depresión,
Autorechazo,
Rechazo,
Baja autoestima,
Todas juntas, todas intensas y todas parte de mi y de mi proceso de reconexión.
Después de ríos de lágrimas y de días de dolor intenso que provoca el proceso de dar vida a un nuevo ser que nace de uno mismo, me di cuenta qué lo que duele no es el no saber hacia donde vas, no es lamerte la heridas, ni tampoco son los reproches constantes que te gritas en silencio, lo que realmente duele, es dejar de ser quien creías que eras y el desprendimiento de tirón, de todo lo que te dijeron que siempre serías.
Una vez que asimilé esto, la cumbre de la montaña se dejó ver y me mostró sonrisas de triunfo y de vulnerabilidad. Sonrisas de libertad y de VOZ PROPIA. Y entendí que esa cumbre era el principio de una nueva montaña, donde una vida nueva estaba deseando conocer a mi nueva yo.
Comienza a amarte, ama quien eres. No hay nadie igual a ti, así que no pierdas la oportunidad de ser el amor de tu propia vida.
Y mientras eso sucede y te decides yo ¡TE AMO!
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Con muchísimo amor,
Ana Cristina